“Desde pequeños nos condicionan a no sentir demasiado, no vaya a ser cosa que nos deshumanicemos, como si lo exclusivamente humano fuera pensar”

                                                    Walter Riso

Las emociones son reacciones bioquímicas ante estímulos externos e internos que, el homo sapiens, en su existencia milenaria, ha querido, de forma antinatural, sofocar o esconder por considerarlas muy por debajo de la altura de un ser educado e incluso exitoso, según argumenta Walter Riso. Toda emoción es una información valiosa porque detrás de ella suele haber un valor importante para nosotros. Sin embargo, estimo que el dilema o lucha entre razón y emoción, hoy está resuelto porque ambos son esenciales para nuestra vida, pues, es difícil que la mente se detenga y las emociones dejen de representar el condimento principal de cuanto pensamos y hacemos. Son cuatro emociones que, se dividen en naturales y mentales, donde los pensamientos racionales e irracionales determinan su naturaleza y tipo de hormona que el cerebro segrega en nuestro torrente sanguíneo.

La Alegría tiene la función de generarnos bienestar, disposición, nos brinda salud y nos anima a interactuar con entusiasmo, confianza y genuinidad debido a que experimentamos gozo, disfrute pleno y expresión de felicidad como estado de ánimo. Sin embargo, la mente podría convertirla en euforia, manía y obsesión por el placer, que, de manera irremediable, atentaría contra nuestro bienestar, adaptación, e incluso, la vida, debido a que acaba con las relaciones de pareja, laboral, y de amistad. Nos hace hipersensibles a las observaciones de los demás. También destruye la salud en caso de producir adicción al consumo de cualquier tipo de droga, alcohol y tabaco en exceso, en otras palabras, nos hacemos adictos al placer.

 

Ante cualquier tipo de pérdida real o imaginaria, nos emana la Tristeza, la cual nos permite decir adiós, despedirnos de algo, asumir lo irremediable y saber perder como mecanismo natural de reorganización y crecimiento, donde el dolor es inevitable. Mientras la experimentamos, es probable que evitemos la comunicación con los demás, o si lo hacemos pretendemos que nos brinden compasión y comprensión. La mente podría inventarnos la depresión como una de las enfermedades que más atenta contra todo tipo de vida, porque nos vacía los valiosos jarrones del presente, de los pensamientos constructivos, de las motivaciones, de los sanos deseos de la sexualidad, sueño, apetito y amor por las relaciones con familiares y amigos; pue no hay ganas ni de hablar. Aquí es cuando, mentalmente, creamos el sufrimiento como narrativa trágica del dolor.

 

Gracias al Miedo nos podemos proteger del peligro (huir o enfrentar) y estar consciente de los riesgos para desarrollar comportamientos seguros. Procuramos relacionarnos para propiciar la inteligencia colaborativa. Cuando la mente comienza a crearnos miedo de manera anticipatoria aparece la ansiedad, el pánico, la paranoia, la paralización, la culpa, las fobias y el estrés crónico. Pasamos de ser actores principales de la vida o del Ser a víctimas de las circunstancias, donde podemos inspirar lástima en quienes interactúan con nosotros. El miedo es como el camino contrario al sendero del amor.

La Rabia, que en ocasiones se enmascara con el miedo, de manera consciente nos permite establecer límites en las relaciones, reafirmarnos con asertividad, defender nuestros valores, trabajar por la justicia y hacer cumplir leyes y normas que hemos acordado para protegernos y contar con una sana convivencia, en cualquier contexto de nuestras vidas. El rumbo podría torcerse cuando a la mente se le ocurra cambiarnos la rabia por ira, rencor, resentimiento, agresión irracional, autoagresión y violencia. Bajo cualquiera de estos estados las relaciones se hacen toxicas y atentamos contra nuestra salud, libertad, vida y cooperación con los demás.

Toda persona con cierto nivel de competencia emocional, intrapersonal, interpersonal y colaborativa tiene tres opciones para gestionar de manera saludable sus emociones, a fin de influir, favorablemente en los demás. De no ser así, tendríamos otras tres de carácter perjudicial para las relaciones, la salud y la vida. La primera y determinante, entre las saludables, es tomar conciencia de la emoción que en el aquí y ahora estamos experimentando, porque de lo contario, la mente nos puede conducir a cualquier abismo que describimos antes. La segunda opción es expresarla de manera natural y responsable para evitar las escaladas e invalidaciones en la comunicación. En la tercera opción podríamos actuar la emoción en caso de ser conveniente o si el contexto lo favorece, para mostrarnos más cerca física, emocional y espiritualmente en nuestra relación con la pareja, familiares, amigos y compañeros de trabajo o de cualquier otra agrupación. Por ejemplo, ante un familiar o amigo que ha perdido a un ser amado, en lugar de hablarle, ofrecerle un abrazo cálido y sentido de manera silenciosa.

De manera “insana” tenemos la transferencia, donde seres, animales y objetos muy cercanos a nosotros, pretendemos convertirlos en víctimas, en virtud de que “no podemos” expresar ni actuar nuestra emoción hacia quienes supuestamente nos han causado la emoción o daño, por temor a la desaprobación, rechazo o perdida de algún beneficio. Es donde la oveja se transforma en lobo o simplemente no somos más que adorados sumisos. La segunda opción, en este caso, es la auto punición donde nos infligimos castigo para liberarnos de alguna culpa que en ocasiones nos puede conducir al suicidio. La tercera y última es la represión, clínicamente denominada alexitimia, donde nos mostramos incapaces (analfabetas) de tomar conciencia o leer nuestras emociones, como si no tuviésemos sangre en las venas, porque damos la sensación de frialdad e indiferencia. Esta opción puede propiciar el cáncer y enfermedades propias del sistema inmunológico. Sobre este particular, Susan David nos habla de embotellar o incubar las emociones en lugar de ser abiertos, comprensivos y compasivos.